miércoles, 14 de noviembre de 2007

En la avenida



Todo es recto y delicioso en la urbe, todo calla y seduce. Las calles tibias y esquinas despobladas asechan mis pasos calmos.
Destellos intermitentes enmarcan cada cruce, cada infinita berma.
Amo este excitante escenario, esta brisa nocturna que recorre Vespucio cada noche erizando los pechos de las frecuentes prostitutas que entre sus labios jugosos besan un breve cigarrillo; quizá la sucia colilla de un “Derby” que han tomado desde la vereda.
Ellas enmarcan su malmirada presencia dentro de pequeños vestidos “made in patronato” y blusas insinuantes de pequeñas y gastadas lentejuelas. Y ahí están, todas las noches, incansablemente ansiosas de un aliento con sabor a vino, de grandes manos que probablemente arruinarán sus ropas.
Amo esta realidad que a cada paso dinamita mi pecho con un alarmante latido
... ya es tarde y tratando de guardar mi alma, aún siento el quejido de las micros y la vibración de sus pesadas ruedas con ese aroma que aún me droga, ese humo que me asfixia y me
enloquece; me envuelve y me adormece.
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